malascostumbres

Contar sobre mis malas costumbres: cine, literatura, arte, gastronomía, viajes, diferencias culturales, el idioma español en otros países.

sábado, julio 08, 2006

Lo que hace un balón...

Cerca de mi casa se quedaron los suecos. De las cinco veces que pasé por el hotel – claro que muy espontáneamente y sin ninguna malsana intención...- sólo una alcancé a ver a dos de los futbolistas plácidamente sentados en el comedor de grandes ventanales. ¿Quiénes eran? Pues uno rubio y el otro ... menos rubio... De muy buen lejos, eso sí.

Para este Mundial de Fútbol, me hice el firme propósito de no ver ningún partido, pero sí de escuchar los comentarios tanto de verdaderos expertos, como de otros que hasta antes de ayer creían que no son 11 los jugadores por cada equipo, sino 15, y que penalti es una de esas palabrotas disfrazadas que usan los comentaristas deportivos.

A pocas horas de que esta fiebre colectiva se termine para darle paso a las otras ligas que religiosamente se juegan cada año – o sea, que de descanso NADA-, debo decir que cumplí con mi “propósito” y que me divertí más de lo que me imaginé. Viví las mejores horas para ir de tiendas un sábado por la tarde (jugaba Alemania contra Argentina); fui con dos amigas a uno de mis restaurantes preferidos – siempre lleno, no importa ni el día ni la hora –y como únicas comensales (jugaba Alemania contra Italia), con la advertencia de la camarera: “Tal vez la comida se tarde... es que el cocinero está viendo el partido”. A esa hora el chef no se imaginaba que el equipo de Jürgen Klinsmann no iría para el baile final en Berlín.

Durante estos días, pude corroborar que los alemanes son de verdad un pueblo bastante extraño. Por razones históricas se sabe que a los alemanes les cuesta mucho mostrar un cierto patriotismo u orgullo nacional. Pero justo después del primer triunfo de Ballack y co. la bandera alemana se adueñó de cada balcón, carro, casa, ventana... Los furiosos y emocionados “Deustchland! Deuschtland!” (¡Alemania!, ¡Alemania!), junto a “Berlín, Berlín wir gehen nach Berlin!“ (¡Berlín, Berlín, nos vamos a Berlín!), sonaban más bien como gritos de liberación, como si se estuvieran deshaciendo de sentimientos reprimidos. Eso me dio mucho gusto, pero aún más placer sentí cuando la comunidad turca (más bien descendientes de turcos que han nacido y crecido en Alemania, y cuyos códigos de identidad hacen que tomen distancia de la cultura alemana, muy a pesar de que en Turquía tampoco son vistos como “turcos de verdad”), como todos y cada uno de ellos, menearon el tricolor alemán, y formando una unidad, y por primera vez en mis once años de “observar” a esta sociedad, me di cuenta que un balón, unos cuantos goles y unos sudorosos muchachos millonarios, pueden hacer más milagros que cualquier ley de inmigración y cualquier programa de integración.