Sudar es un placer (II)
El spinning
Juro por todos los santos milagrosos de todos los altares del mundo que la razón de mi acción tuvo una muy buena intención. Digamos que quise probar « en carne propia » lo que muchas personas me habían contado –hoy no sé si por maldad o con una carga de ironía que, tal vez, no detecté-, lo cierto fue que me apunté en la clase de las 8 pm de spinning “para todos los niveles” . Aquí cabría escribir una expresión de poco nivel, pero mejor cuento cómo fue mi agridulce experiencia.
Para aquellos que no sepan de qué hablo, el spinning consiste en llegar a los límites de las fuerzas durante una hora encima de una bicicleta fija – parecida a una de carreras- de alta tecnología; y fue precisamente ese “instrumento” lo primero que me llamó la atención porque estuve más de cinco minutos tratando de adivinar su funcionamiento hasta que un alma caritativa – creo que pasmada por mi cara de desespero – me ayudó a descifrar sus misterios. Una vez encima de la bici, empezó el calentamiento y fue cuando pude ver no hay un tipo definido de la gente que asiste a tal curso, sin embargo, una muestra representativa presenta un factor en común: son unos ciclistas frustrados. Me los imaginé entonces calándose todo el Tour de Francia por la tele y venerando – o maldiciendo- a Lance Armstrong, la máquina. Claro que también estaban otras personas, algunas quizá soñando con perder todos los kilos demás en 60 minutos, sin olvidar a los esnobistas y a pocos curiosos. Finalmente comenzó la cosa y después de una larga aclaratoria del funcionamiento de la super-bici y de cómo controlar las pulsaciones, comenzamos a pedalear al ritmo de una música a tope.
Lo que aquella noche hizo que mi hostilidad hacia el spinning naciera, floreciera y que hasta hoy se mantenga tan viva, fue ese individuo que se calificó como “el entrenador”. Enfundado en los consabidos pantalones de lycras con el trasero acolchado, armado con un micrófono que surca la mejilla derecha de esos de los que usan los cantantes cuando cantan en playback, parecía transportado a los escenarios del Giro de Italia mientras que a sus espaldas se proyectaban fotos de paisajes acordes con la resistencia de la bici: si salían montañas significaba que teníamos que aumentar la resistencia, lo cual hacía que nos levantáramos del sillín y empezáramos a sentir todos y cada uno de los músculo de las piernas. “Siente y respira el aire fresco que seca tu sudor”, decía el entrenador con los ojos entrecerrados.
Además del funcionamiento de la bici y de aprender a imaginarme que la brisa marina también la puedo sentir en una habitación donde lo predominante son los diferentes “aromas” corporales, el entrenador dio pruebas de que para ser un profesor de spinning hay que tener mucho de discjockey, ya que el segundo instrumento necesario es una cónsola de sonido. Entre hits y hits de los 80 hasta los recién pasados 90 me pude enterar de que cada melodía tenía un significado en su vida : « 1994. Esta canción me recuerda mis años de formación profesional… », « 1987. Con esta canción descubrí lo que quería hacer en mi vida …”
Como en trance el entrenador, cuya contextura física no tenía nada que ver con la de un ciclista profesional, sacó a relucir parte de su filisofía de vida: “Sube la montaña! Llega a la cima, allí donde están todas tus metas! Tú puedes! No te rindas!” Tuve la sensación de que me encontraba en un seminario de motivación con la única diferencia de que tenía que pensar en que mis pulsaciones no pasaran el límite de las 178 por minuto, de que el agua se me estaba acabando, de reducir o aumentar la resitencia de la bici, de ver a mi alrededor que todos –menos yo- estaban fascinados con la experiencia, y una y otra vez me preguntaba : qué hago yo en un sitio como este con gente como esta y siguiendo las indicaciones de una persona como esa? Estas preguntas existencialistas tuvieron como fondo musical la « We are the Champions » de Queen – vaya ironía!- , fue entonces cuando la hora terminó y juré que tal cosa no se la haría más nunca a mis pobres nervios.